22 de Noviembre de 2004, Isla Livinsgtone, Shetlands del Sur, Antártida. Verano Austral. Después de muchos días de navegación nuestro primer desembarco fué en esta isla, junto a la Base Antártica Española Juan Carlos I. Con pocos recursos que tenia a mano elaboré un indicador para colocarlo en el poste junto a la base indicando la dirección y la distancia desde allí hasta mi pueblo. Zújar.
En ese año y por avatares de la vida tuve la oportunidad de realizar mi primera campaña Antártica, viajar a la Antártida, el polo sur, el sueño de muchos científicos y que a mi, una persona de secano, de lejos del mar (aunque no del frio), se me había hecho realidad. Y ya formaba parte de mi vida, de mi trabajo como responsable de sísmica del buque Hespérides.
Me había trasladado a trabajar y vivir a Barcelona, estaba rodeado de científicos, técnicos, marineros, de muy distinta procedencia, incluso de muy distintas nacionalidades. No era la primera vez que salía fuera de España (aunque muchas ocasiones no había tenido, como la mayoría de mis compaisanos), pero si era la primera vez que salía del continente. Un largo viaje. Barcelona – Buenos Aires – Ushuaia y desde ahí, embarcado a bordo del Hespérides, cruzar el temible Paso del Drake (o mar de Hoces), uno de los mares mas tormentosos y peligrosos del planeta, durante varios días, encomendándome a la Virgen de la Cabeza y sintiendo como cada vez quedaba mas lejos mi tierra, mi pueblecito tranquilo y sosegado en el que todo el mundo se conoce y se saluda por la calle. Quizá dudando de si hice bien saliendo del pueblo en cada pantocazo del barco, en cada ola que balancea peligrosamente el buque pero sintiendo mi deber y avanzando. Por fin mar tranquilo, los primeros icebergs flotando, el frio intenso, los pingüinos, las focas, las ballenas, todo desconocido, el sol de medianoche, noches de una o dos horas a lo sumo. Primer desembarque para descarga de material en la base y primer contacto con tierra antártica. La sensación es indescriptible, poner el pie en un lugar donde muy poca gente lo ha hecho, en un lugar tan inhóspito, tan virgen, tan invariable. Todo igual que la naturaleza lo modeló a lo largo de millones de años. Hielo y nieve alrededor, solo colores blancos y azules, en todas sus tonalidades y la sensación de ser el primer zujareño que llega a esas tierras, tan acertadamente denominadas, “el fin del mundo”.
El primer zujareño, pero en todo momento orgulloso de serlo, orgulloso de presentarme como andaluz, como granadino, como zujareño. Siempre feliz de llevar el nombre de un pueblo que tan poca gente (por desgracia) conoce. Siempre indicando donde, en un mapa imaginario, siempre hablando de cómo es, de las costumbres, de las gentes, en definitiva, sintiéndome zujareño fuesen cual fuesen las circunstancias.
Después de esta, siguieron muchas mas campañas y varias visitas más al continente helado. Pero, eso si, cada vez que desembarqué en isla Livingstone me cercioré de que el nombre de Zújar seguía allí y formaba parte de la historia reciente del continente, aunque fuese solamente un poquito. De lo único que me arrepiento es de no haberme trabajado mejor el indicador….
Un saludo,
Manuel Jesús Román Alpiste