ÁLBUM DE FOTOS EN EL RECUERDO DE UNA MENTE
-¿Te encuentras bien, abuela?
-Sí, muy bien. Estoy viendo fotos.
-¡Qué fotos ni qué narices! No tienes nada en las manos, incluso, tienes los ojos cerrados.
-Quizá tú lo creas, pero… mira abuela, no me digas que estás viendo fotos, porque eso no es verdad.
-¿Me estás llamando mentirosa?
No exactamente. Creo que no estás bien… Tendrías que ir al médico. Le voy a decir a mamá que te lleve y que te haga una revisión…
-Si hay alguien que necesita ir al médico, serás tú. Yo estoy muy bien. Te repito, estoy viendo fotos.
-¿Ah, sí? Pues explícame lo que ves, porque a mi no me alcanza la vista y no veo nada. Debo tener un problema en ella muy grave. Jejejeje.
-Siéntate aquí a mi lado, que te describo lo que veo. ¡Y no te lo tomes a guasa!
El nieto, sorprendido por la actitud de la mujer, se dispone a escucharla. Ésta, sigue con los ojos cerrados insistiendo en que está viendo fotografías.
Lentamente, va pasando las páginas del álbum que guarda en su mente, al tiempo que va desgranando una a una, las imágenes que pasan por su retina. Hechos y detalles que un día quedaron plasmados en la cámara de su memoria. Después de los años, cuando abre el álbum de sus recuerdos, éste muestra a los ojos de la mujer todo el colorido y esplendor de aquel día, en el que fueron captados.
Foto número uno:
-Hay una niña sentada en el suelo en el puntal de un cerrillo, en el que se ubica el hogar que le da cobijo. Un corte recto en la tierra, muestra la fachada de la vivienda blanqueada con cal. Se distingue blanca como la nieve y en el centro de la fachada, se aprecia la puerta que da acceso a su interior. Un ventanuco a ambos lados de la puerta, dan luz y ventilación a las habitaciones. Puertas y ventanas se ven remarcadas de azul, que al contraste con la cal blanca, da un aspecto de gozo y frescura.
Un voladizo de cañas y retama, hace las bases de un porche dando sombra a la entrada, además de escupir las aguas de la lluvia como si fuera un tejado.
A ambos lados de la fachada, se ve otras puertas de menor tamaño, que indica ser la cuadra, el gallinero y el lugar donde se prepara la comida de los animales: alfalfa y demás alimentos.
Una amplia placeta por la que se pasean perros, gatos, gallinas, pollos y pavos, es la zona de recreo para tomar el fresco del verano. Al final de la misma, un paraíso en el centro y a cada lado, un taral, dan sombra al cobijo de dos cabras que yacen atadas.
Fuera de la placeta, se ve un pequeño corral hecho con adobes de barro y paja, lugar donde se hallan los conejos y duermen las cabras. Al lado de dicho corral, se ve otra puerta y dentro, los cerdos que servirán para alimento de la familia.
El muchacho escuchaba la narración de la abuela con la boca abierta, sin atreverse a interrumpir su explicación, admirando la fantasía que, a pesar de sus años, era capaz de mostrarla en imágenes inventadas.
-¡Fantásticas tus fantasías, abuela! Es increíble, que a tus años puedas inventar estas historias inexistentes.
-¿Qué estás diciendo? ¿Crees que son historias inventadas?
-Pues claro que lo creo, cómo no lo voy a creer, si eso que cuentas no existe
-¡qué sabrás tú, mocoso! Ay, si yo te contara…
-Pues cuenta, abuela, cuenta, que te escucho.
Foto número dos:
-A la izquierda de este hogar, se ve una imagen con un paisaje poco agraciado. Otro cerrillo, en el que se hallan dos viviendas más en cuyas placetas se ven niños entre animales: gallinas, pavos y animales domésticos. El terreno es seco sin nada verde que le dé colorido. Al lado de la vivienda, un camino se pierde en el horizonte. Un pino… más allá otro pino… y al pie de la ladera un barranco por el que corren las aguas de una tormenta de verano, separando a ambos cerrillos.
Foto número tres:
A la derecha, se ve otra vivienda en otro cerrillo similar a los anteriores hacia la espalda del primero, separados por una cañada. Una amplia fachada blanca enriquece la vista. Un paraíso grande da sombra a una parte de la placeta. Se ve un camino que sube hacia las eras, donde se trillan los cereales y al coto. Al lado del camino, dos pinos alegran la vista. Debajo de ellos, otro barranco. A la izquierda de ese camino, se encuentra el granero donde se guarda el trigo de la cosecha. Esta vivienda oculta otra vivienda, que se halla a la derecha detrás de ella, en cuyo lugar vive otra niña encantadora.
Foto número cuatro:
Aquí sigue el camino de la foto anterior. Va subiendo una pendiente algo pronunciada. A la izquierda hay varios pinos más. Una pequeña curva hacia la derecha nos lleva a una era, por cuyo espacio cruza el camino en dirección a dos eras más. Entre esta era y las siguientes, hay un trozo de camino algo borroso. A la derecha se ve la continuación de un barranco. A la izquierda parece ser una vaguada y varios pinos más a ambos lados del camino.
Llegamos a las dos eras que están casi juntas y, a la izquierda de estas, un poco apartada, otra era más. El camino sigue hacia arriba y a su orilla, una hilada de almendros da sombra y belleza al paisaje. A la derecha, dos o tres pinos más. En las eras, se ve las gavillas de los cereales apiladas en su borde esperando ser trilladas por sus dueños. Tras ellas, un terreno poco productivo algo pendiente en el que se ve algunos olivos clareados.
Foto y video número cinco:
Continuamos en las eras. Es verano y por lo tanto, es tiempo de recogida. La cosecha espera a ser trillaba y guardada. Una plataforma cuadrada de madera, en cuya parte inferior está revestida con una especie de ruedas y cuchillas, pero que no lo son, desgranarán el grano de la espiga, moliendo a su vez la paja del tallo, que después servirá para alimento de las bestias: mulos, caballos y burros y burras. En la parte superior de la plataforma, se ve un sillín en el que se sienta un hombre ataviado con un sombrero de paja. Entre sus piernas, una niña disfruta ir dando vueltas en dicho artilugio, tirado por dos mulos sobre el cereal extendido en la era redonda. Otro hombre está en la orilla remetiendo el sobrante de la parva con una horca, que es una especie de tenedor muy grande de madera, para que el trillo lo muela como el resto del contenido. Cuando consideran que ya está molida la parte superior, dan un descanso a los mulos mientras ellos, los hombres, dan la vuelta al cereal, como la que da vuelta a las patatas fritas, quedando lo de abajo arriba.
Una vez trillado, se recoge en un montón. Con una pala de madera se ventea tirándolo hacia arriba, para que la brisa de la tarde separe el cereal de la paja. Se repite este hecho varias veces hasta quedar libre de despojos. Después lo acriban para separarlo de las granzas, que no son otra cosa que trozos del tronco del tallo de la mies, que pesan demasiado y caen junto con el grano. Las cribas son unos recipientes redondos de madera. Es decir, son aros de unos quince centímetros de alto, cerrado por un extremo con un rejado de alambre, por el cual, pasa el grano limpio. A continuación se mide con las tradicionales medidas de madera: media fanega… una cuartilla… medio celemín… un cuartillo, etcétera. Después se introduce en costales, que son una especie de sacos pero de lona muy fuerte, estrechos y alargados.
Foto y video número seis:
Continúa el camino, los pinos, el desnivel del terreno y los almendros. Subimos por una cuesta de lastras y piedras. Al final de la misma, giramos hacia la izquierda y andamos un buen trozo de camino llano y recto, sin dejar los almendros. Aquí tenemos tierras de labor con olivos a la derecha. Al final de esta recta, llegamos a un cruce de caminos, en el cual, unos cuantos pinos más en la orilla, dan sombra a nuestro paso. El camino de la izquierda es poco transitado. Cogemos el de la derecha que nos llevará por tierras sembradas de trigo, cebada, avena, centeno y demás cereales, olivos y almendros, estos en los ribazos de los caminos. Este paisaje está borroso y confuso, al no poder distinguir con claridad lo que encontramos en cada momento del recorrido. Subidas… bajadas… distancias largas… cortas… Dejamos el camino principal y cogemos una vereda angosta hacia la derecha. Aquí, también encuentro un trayecto bastante borroso, además de largo y confuso. Luego giramos a la izquierda dejando a este lado las tierras sembradas. A la derecha tenemos monte en el que encontramos más pinos y matorrales. Al fondo de la ladera de este monte, se puede apreciar un profundo barranco al que bajamos serpenteando entre la maleza del bosque, arbustos y pinos. Allí abajo, en todo lo hondo, escondida en la hombría de la gigantesca garganta, se encuentra el nacimiento de una fuente. Los habitantes del lugar al comprobar que el agua era potable, la cubrieron con esmero cerrándola con obra para evitar cualquier contacto de bichos y la hojarasca del monte. Hicieron una ventanilla con tela metálica para ver su interior y, a través de un grifo, llenan los cántaros de barro, que cargan en las agüeras, transportadas por asnos.
El muchacho escucha con atención lo que la mujer, sonriente, va describiendo. Aún así, no deja de pensar que todas esas historias, son fruto de la fantasía de una mente enferma.
Foto número siete:
-en esta foto se ve todo muy claro. Es un paisaje muy bonito y alegre. Un olivar al pie del cerrillo de la primera foto con los olivos alineados perfectamente, hermosea la vista desde arriba. A la derecha de éste y al final del campo, se ve un enorme pino verde y frondoso. Bajo su sombra y alrededor del tronco de gran tamaño, se puede pisar una tupida alfombra tejida con la hojarasca caída de sus ramas.
A la izquierda del olivar desembocan los barrancos que se ven en las anteriores fotos, convirtiéndose estos en una rambla que baja hasta el río. A la izquierda de ésta, otro hermoso olivar de igual dimensiones. Al final de estos olivares se ve la vega, donde los campesinos siembran las hortalizas. A esta, le sigue una alameda cubierta de majestuosos chopos verdes, que parece querer alcanzar el cielo con sus cúpulas. Al otro lado un río con cristalinas aguas refrescan el ambiente. Cruzando este, otra alameda, más vega y otras viviendas en otro cerro.
A la izquierda, se ve un edificio de dos plantas de color ocre. En los extremos de la obra, se levanta algo así como dos torres cuadradas igual que el edificio. Su construcción y sus ventanas altas y estrechas muestran el señorío de otra época lejana, cuando éste fue construido como monasterio.
A la derecha, se contempla un balneario, el cual, se abre al público en los meses de verano. El color blanco de su fachada resalta entre los árboles de la zona, situado al pie de un gigantesco cerro, cubierto de monte verde.
Foto número ocho:
Dos niñas juegan en la placeta bajo la luz de la luna y el brillo de las estrellas de una noche de verano. Corren, saltan, cantan y ríen felices y contentas.
-Dime la verdad, abuela. Todo eso que me has explicado, esas fotos que según tú estás viendo, todo eso es fruto de tu fantasía… ¿Verdad? Son imágenes que habrás visto en alguna película o leyendas de alguna novela basada en una época de otros siglos. ¿Verdad que sí, abuela?
-No, hijo, no. Lo que te he explicado no son fantasías mías ni historias de una película de otros siglos. Son hechos vividos… hechos de esta época, de mi época.
Hemos crecido tan rápido, que al recordar mi niñez, parece que hayan pasado siglos, como tú bien dices. Pero solo han pasado un puñado de años.
-¿Y por qué recuerdas esos tiempos? ¿Sientes nostalgia?
-¿Nostalgia? No, no es nostalgia lo que siento. Simplemente me gusta volver con el pensamiento al lugar de mi infancia. Quizá porque allí me encuentro con mis mayores… mis padres… mi abuela… mi hermano… mis sobrinos… mis amigos y vecinos que ya no están.
Piedad Martos Lorente